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Viernes 24 de noviembre de 2023
Marta Bernardes
“Sentada en una silla, desenredo el mundo”
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No es adecuado hablar de arte de mujeres, de arte femenino, sobre todo es a las propias artistas a quienes molestan especialmente estos términos. Posicionarse en los territorios creativos y construir un discurso sólido es demasiado complicado, requiere demasiado esfuerzo como para reducirlo a una palabra.
Alguien se sienta en una silla, entre sus manos se envuelve una infinitud de hilo, frente a ella, otra persona va poco a poco desenredando la madeja, dando forma a una bola de lana que crece al mismo ritmo que mengua la carga a quien sustenta el embrollo, al mismo tiempo la acción libera su movilidad, le permite recuperar un espacio. Mirando la escena, en términos de memoria, podemos ver un carácter de género, sin embargo lo importante es la recuperación de un recuerdo, recuperar imágenes que han conformado nuestro imaginario y nuestra realidad sobre la que construimos nuestro entorno, y sobre la que nos sustentamos como personas.
Son pequeños gestos, mínimos detalles los que a menudo forman los cimientos del relato que podemos ofrecer, en ellos se encuentra el compromiso y la crítica necesaria a la hora de poner en pie nuestra aportación, la diferencia pues está en la carga cultural a la que nos vemos sometidos, no es tanto una cuestión de género como de miradas.
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En el interior de unos zapatos un lugar y un rostro, en la imaginación el camino necesario para llegar hasta él. Indudablemente cada cual establece estrategias diferentes en sus relaciones afectivas y sociales, cada uno pone los acentos en aquello que considera fundamental. El trabajo, la conversación, el sexo, la entrega, el refugio, todos establecemos una escala de valores, todas distintas, pues todos lo somos, independientemente de dónde nos desenvolvemos. Más tarde encontramos las afinidades, eso nos hace sentir afortunados, aunque para ello recurramos a la necesidad de añadir caras al dado, la suerte también se busca.
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He escrito un pequeño cuento sobre un dibujo de Marta Bernardes, supongo que tiene algo de imaginario colectivo. Todos conservamos sensaciones íntimas, de alguna manera hemos sentido el olor afrutado en nuestra piel, desde el olfato nos hemos descubierto a nosotros mismos, y nos hemos mostrado a los demás.
“Había un chico al que le gustaba.
Me enviaba palabras de naranja.
Cuando nuestras miradas se cruzaban,
mi cuerpo adquiría un sabor cítrico”.
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Con frecuencia es formulada la pregunta sobre el papel del artista, más concretamente sobre la función del arte, para qué sirve, si debe de tener adjudicada alguna función o simplemente se justifica en sí mismo. Desde mi punto de vista, el arte se encuentra obligado a generar una memoria colectiva de su tiempo, es su deber levantar acta de lo acontecido. Desde su mirada privilegiada de la sociedad tiene el compromiso adquirido de redactar una crítica del momento, su imaginario es la crónica política sobre la que avanzar socialmente, poniendo al descubierto las heridas. No puede el artista contemplar la realidad sin participar de ella, desde el acomodo estético, desde el nihilismo y la autocomplacencia. No se trata tanto de buscar respuestas, que también, sino de establecer interrogantes, y es en esta labor donde no tiene cabida la diferenciación ni el intento de crear compartimentos. No es tanto un proceso de género como un proceso social.
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Desde el techo resuena un claqueteo. Escucho sus pasos amortiguados por las alfombras, siempre se mueve suavemente, como una danza calmada. Si se descalza, sus pies acarician el suelo, desprendiendo notas armoniosas por el piso, interrumpidas por los momentos inmóviles y las lanas mullidas. Me hace compañía, me ayuda a no sentirme solo. Cuando no está, paso los días imaginando largos viajes llenos de aventuras. Los golpes de la silla marcan las horas, sé cuando come, cuando descansa, cuando mira por la ventana, cuando lee, cuando ríe. Bien pensado, esos pequeños chasquidos dan entrada a los diferentes movimientos de una coreografía cotidiana, me gusta construir en mis pensamientos la imagen de su figura. Me siento en silencio y me limito a escuchar sus idas y venidas.
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Todos tenemos en la memoria las galerías de retratos de personajes, de antepasados más o menos cercanos, bien reales bien de un carácter más literario. Somos lo que somos por ser ellos lo que fueron, lo que nos contaron y aquello de lo que fuimos testigos, sobre ello avanzamos e intentamos que algunos pasajes no vuelvan a suceder. Destapamos los fantasmas para liberarnos de ellos, destapamos a la luz los secretos para poder continuar.
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La casa como refugio de nuestra vida, nuestros deseos, nuestros recuerdos.
La casa es un imaginario íntimo donde guardamos las cosas que valoramos.
La casa es el espacio donde nos sentimos seguros, a salvo de los demás.
La casa como pilar sólido desde donde construirnos.
La casa como punto de partida.
La casa como lugar de llegada, punto final.
La casa desplegada tiene siete caras.
La casa amortigua los golpes.
La casa nos pone a resguardo de las inclemencias.
La casa nos defiende de los enemigos.
La casa nos acaricia en los afectos.
La casa nos aleja de los odios.
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Javier Ávila