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Viernes 24 de noviembre de 2023
ALEXANDER NIKOLAYEVICH SOKUROV
(Podorvikha, Siberia, en 1951)
Hijo de un soldado profesional, pasa su infancia y juventud entre Polonia y Turkmenistán, siguiendo a su padre de un destino a otro. En 1974 ingresa en la facultad de Historia de la Universidad de Gorki. Compagina los estudios de Historia con el trabajo en una emisora local de televisión y, tras licenciarse, ingresa en la Escuela de Cine de Moscú (VGIK). Se convierte en un alumno brillante hasta el momento de mostrar su examen de titulación, el cual no fue aceptado por ser considerado anti-soviético y adolecer de un excesivo formalismo. Sus primeras producciones no se exhiben en los cines ni figuran en las programaciones televisivas rusas por ser demasiado irracionales y carentes de acción. Empieza entonces la lucha de Sokurov contra la censura estatal. Declara: «El simple hecho de que estuviera interesado en el lado más visual y plástico del cine me convirtió en sospechoso a los ojos del gobierno». La Perestroika y el derrumbe de la máquina filmográfica soviética tampoco suponen su descubrimiento en su país y en Europa.
Finalmente, la fuerte defensa por parte de Andrei Tarkovski, durante los últimos años de su vida, y los esfuerzos de los sindicatos de su país, permiten que la obra de Sokurov comience a ver la luz, alcanzando con Madre e Hijo (Mat i syn, 1997) el definitivo reconocimiento internacional. Sokurov es un cineasta prolífico, ha filmado 15 producciones argumentales, entre largos y mediometrajes, y 26 documentales.
Madre e hijo. Filmada en 1997, frecuenta el uso de la anamorfosis en determinados planos que aparecen deformados, alterados, debido a la carencia de la calidad estética demandada por Sokurov, en los escenarios naturales donde se filma. Los valles, caminos, espacios naturales son producto de un trabajo de manipulación por medio de lentes especiales, vidrios pintados o filtros de color. Según el Director ruso esto “es una conversión de lo real durante su registro. La sumisión total del cine a las reglas del arte en el que debería buscar convertirse”. Contemplaba la realidad de la pantalla como una pintura. En una entrevista realizada para Cahiers du cinéma al año siguiente del estreno de la película, Sokurov explicó cómo localizó los escenarios que habían sido visitados por los pintores románticos alemanes del siglo XIX, en especial por Friedrich: “Llevábamos las reproducciones de ciertas obras, en particular la de el monje al borde del mar de Caspar David Friedrich. Al llegar a estos lugares buscábamos el lugar preciso donde el pintor había puesto su caballete y comprobamos que nada había cambiado excepto alguna nube o el tronco de algún árbol. Era muy desesperante; la naturaleza es indiferente al hombre. Siempre permanecemos solos en nuestra relación con la naturaleza. Es una relación sin otro, un amor en sentido único. Es el origen mismo del sentimiento trágico”.
El sonido es importantísimo. Los pocos diálogos entre los personajes madre-hijo, no son más importantes que el sonido del viento, de la locomotora o los graznidos de los cuervos que acompañan a la pareja en determinados momentos. Son los sonidos que definen esa naturaleza que va más allá y en la que se adentra la madre cada vez más profundamente.
Es así, pues, cómo Sokurov construye un espacio espiritual en el que cristalizan los estados interiores de los personajes (“Duele, el corazón... ¿Quién hay ahí en el cielo?” dice la madre). Esa sistemática mezcla entre cielo y tierra es la que marca el eje donde se ubica el film, en ese tránsito de lo físico a lo espiritual. Una espiritualidad, dicho sea de paso, enmarcada dentro de la tradición rusa del camino órfico. Si dormir es morir un poco, Madre e hijo está teñida de una atmósfera sonámbula que impregna todo el relato de olor a muerte, de paso a la inexistencia, de voluntad de trascendencia. Surge así de la madre una voz interior que se hace exterior, necesaria para dar forma a su alma y moldear sus dolencias.