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Fernanado Zamanillo, socio de honor de "amigosMAS"

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El MAS restaura toda su colección de estampas de Goya

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Juan Antonio González Fuentes

JUAN ANTONIO GONZÁLEZ FUENTES

(Santander, 1964).

 

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Cantabria, creo y dirigió el Aula de Letras de dicha universidad durante seis años. Como poeta ha publicado los libros Además del final (1998), La luz todavía (2002) y Atlas de perplejidad (2004). Como editor literario ha publicado los libros de José Luis Hidalgo Los muertos (1998), Poesías completas (2000) y Antología (2006), además de los títulos. Ha coeditado, además, los títulos Espacio Hierro (2002), y María Zambrano, la visión más transparente (2004). Tiene también publicado un libro de artículos y reseñas literarias, El pulso de la bruma (2005). Ejerce la crítica literaria en medios como Ojos de papel y Revista de libros. Pertenece a la redacción científica de la revista Trasdós del Museo de Bellas Artes de Santander.

 

Alucinación en un jardín de flores blancas. El jardín de Paz

 

Tres flores blancas, cúbicas, que se estructuran en escena contrastando con el fondo negro de papel japonés sobre el que están instaladas, sobre el que Fernando Bermejo las ha abandonado formando un jardín. Un jardín en el que todos los avatares del mundo y la vida quedan de una sola vez contenidos, expresados, subrayados.

Con estas flores blancas en fondo negro, con este concentrado jardín, estamos ante un poema y ante una escenografía, ante un símbolo y una representación, ante una voz sola y un parlamento, ante un cuento y un drama, ante un grito lumínico y una escena cargada de símbolos, referencias y receptividad múltiple.

Estamos también en un teatro, un teatro que es el mundo en su inmensidad y en el que todos nosotros jugamos el doble papel de actores y espectadores, de emisores y receptores de mensajes cifrados en las esferas de lo simbólico, de la metáfora como lenguaje normalizado y común, iluminado por luces distintas. Esta tarde, en este preciso momento, todos ustedes asisten aquí sentados en sus sillas a una representación, a una puesta en escena en la que las encendidas flores de Fernando Bermejo conforman a la vez el escenario y los papeles protagonistas, el decorado y el argumento de una obra que pretende explorar el interior y el exterior, lo de dentro y lo de afuera, lo propio y lo ajeno, lo uno y lo otro. Una obra a la que yo le puesto sólo las palabras, las frases que en alguna medida me han ido dictando al oído los pétalos, la blancura, la negrura, la luz de las flores, del jardín inabarcable ante el que estamos, ante el que alucinamos.

Pero antes de dar comienzo a la obra, antes de que el telón se levante para dar paso a la representación alucinada, pulsemos la naturaleza poemática del jardín y sus flores, su condición intrínseca de sutil haiku oriental, y liberemos al aire de esta sala, para que intenten iniciar su personal vuelo con sus alas recién nacidas, 4 haikus que han brotado de las flores blancas que ahora contemplamos, que son sus frutos tempranos en este diciembre cantábrico y rebosante ya de epifanía:

 

Allá de mi voz,

vencejo y nube blanca

bajo su sombra

           *

Limbo de altura,

oscura espina seca:

triste vencejo

           *

Tela de araña:

hálito de eternidad,

toque de queda

           *

Silencio en la voz,

frontera más abismo,

límite por luz

 

Y ahora sí, que se alce el telón, que dé comienzo la obra anunciada, y que sean las flores las que formen jardín, las que ante todos ustedes mantengan un diálogo de símbolos y poesía, las que desarrollen el contenido de un relato entrecortado, de un drama en el que la alucinación, la mezcla de realidad y sueño, sea el sendero más fértil para conducirnos divagando en un viaje a otros impulsos, a otras consciencias que habitan lejos y cerca de nosotros, estrellas que solicitan la vida de su propio brillo. 

Qué se levante el telón, y que suene por fin la música de esta representación. Adelante con la música, con el jardín de flores blancas:        

 

1 Flor blanca

En la claridad improbable del agua más dulce, también allí asciende la cosecha dormida, el humo donde pronuncia su danza lo abierto, la seca línea que limita sin saberlo la justa proporción del eco, una huella honda junto al roto gozne de mi aliento.

Mas ahora espero, pues cae la semilla y derrama para dormitar la senda un dolor tardío, la cumbre que se mece ciega como fruta lenta hacia lo lejos, dispuesta siempre al rojo viaje que en asalto acude hasta el mismo punto del abismo.

 

2 Flores blancas

Algo más, siempre algo más, algo así como el filo mismo que gotea sobre el romper del día con brillos secos de hierbabuena.

Algo así, también, como la distancia en la semilla cuando se inflama y adelanta humilde un levante de luz, y luego acoge la llama que arde en otro abril y sencilla ordena lo que amortaja: pájaros dulces en el dibujo agreste de la dicha.

 

3 Flores blancas

Poco a poco las palabras señalan sus cimientos, el pulso abierto de quien ofrece brazos para aferrar el día.

Hilvanan humo las palabras tras la muerte helada del cirio exhausto; conceden luz de siembra, números de nieve que sacian en silencio la equívoca señal de nuestra senda, el joven orden que la sed divide con suave música de vendimia.

 

4 Flores blancas

Del eco un tiempo de surco en el trazo acústico que con ceniza sofoca el minuto tenue de un rezo.

Y de luz segura hila frágil ante sí la piedra que se duele camino del mundo, camino de otra memoria que aviva con vértigo su muda orfandad, el duro calor hacia el fuego sencillo de la ilesa escarcha, callada por fin tras la mañana que se hace cruz cuando la voz sin huellas se arranca.

 

5 Flores blancas

Un ondear entre las flores:

en las manos

el hierro triste del último sol.

 

6 Flores blancas

Se da en la luz un hilo con semillas que a tiempo llega a devastar grietas por entre un haz de mundos que no nombra.

Y sucede que distingo cada cumbre sobre el trance nuevo de una nueva brevedad, sobre el pliegue exento de furia en el que se cumple la raíz helada que poco importa, que cauteriza cada huella ante el cierre falso de su piedra curva.

Pero antes, antes incluso de acoger en cuanto queda la llanura que nos basta, acepto igual de blanca esta quietud que irrumpe triste en el modo azul que nos aplaza, que nos limpia como seca sed de la mañana, otra vez sin esperanza.

 

7 Flores blancas

Extravía el llanto su arrebato de espejo para esculpir orillas con marea inmóvil, para esculpir desnudas luces que tejen el curioso dolor de la flecha, la ecuación del cuchillo que con destreza acicala su viento certero, su íntimo caudal de traza perfecta.

 

8 Flores blancas

Enhebra cancela de ofrendas el vuelo que lejos se acerca y canta la hélice de ayer, su eléctrica colmena.

 

9 Flores blancas

En descenso camina alzada una selva de luz, aquella que al lograrse ciega sus primeros giros, la que luego sube a conjugar el saldo azul de la aguas, el hecho febril de abrir espacios para velarse triste en la singular partida que nunca acaba.

 

10 Flores blancas

Se acoge en mi voz el verdor abierto de la muerte entera. Su rostro acierta a dar sabor de sal a la sangre que ya no sabe levantarse en vuelo, en proclive tajo de flor encendida por el rezo roto del puro duelo/hielo, por el relevo impropio que aún sólo empieza a ser, oro ciego y pulso todo de esa memoria que indecible en su mismo fin se anega.

 

11 Flores blancas

Como en el celaje de su sombra acoge el pretexto huidizo del jardín, así parece buscarme también un lugar la arena entre oros de memoria ajena.

Y me cerca además el momento que humilde canta el color redondo de la espiga, que atrapa en el aire mariposas pronunciando nuestra simple tierra, el instante disperso que sueña campanas claras, el cómplice acudir a una estancia para siempre abandonada.

 

12 Flores blancas

Qué nadie toque hoy el celaje azul del sencillo viaje, el hielo del alba que se ve pasar con oficio peregrino por los días sin labios, sin súplica posible.

Hoy tienta otra morada como nunca hacia dentro. Y de repente, donde sea, las agujas desvelan tristes tus ayunos, la ingrata lejanía de mis manos.

 

13 Flores blancas

Perdura apenas la ventura por el daño, la mañana clara de cosecha ciega, un hilo tenue sin sujeto. Y cuál oscura se nos muestra la gota encumbrada que conjuga siglos y siglos minerales, o el ayer de hoy enlazado a la arena para ver si se alcanza en la inválida, en la pródiga fertilidad del bronce.

 

14 Flores blancas

Nube estanca de sombra pura, llegas para decirte aún con la yedra en el amparo alto de la hoja muda.

Tersura de sed aguardas del secreto su aurora, casto olvido de palabra ronca, caduca brasa en la espesura que abrevia sus días por la orilla fiera.

Nube, no reclames la tersa herencia del otoño, y abraza ligera el blanco circular sobre los setos férreos de otra hora que ya ocupada llega, que en el lejano espejo ensaya la marca altísima de la llama, el encaje de su dulce hambre en el gozo de una niebla sólo para mi impasible.

 

15 Flores blancas

Bajo el sol de agosto brinda el cuerpo hacia flores mínimas y yunques de piedra que cantan los sonidos de la siega, que danzan el ruido celeste del mundo travestido en martillo y forja dispuesta al vacío, a la huella de un diluvio tallado en capítulos, en percusión épica de pasos hacia el desplome apresurado, furioso, de las nubes.

 

16 Flores blancas

Con leve sueño roza la tregua su hora hacia abajo en lo incierto, e ínfima hace brillar de pie el muro junto a su invierno.

Pero no es ahora entre jardines donde el surco de luz enciende los pájaros del día, o donde enciende la altura quizá posible de la guirnalda que dilata su herida, otra vez sólo un punto en la distancia que sucumbe al hastío del azar, como a la velocidad silente que se fuga.

 

17 Flores blancas

Ya es sólo silencio el conjugar la savia que al punto cae, con un ruego, en el color oculto del vuelo indeleble, en ese surco perenne, sin fin, en el que la memoria claudica atenta a su heredad calmosa y cautiva, edad de oro en la distancia sin ágora posible, sin niebla terrible ni paz de peregrino, viento blanco tras la parda flor de este pulso que se muestra completamente helado, para siempre.

 

Diecisiete flores blancas conforman el jardín blanco de esta alucinación, diecisiete flores cuyo aroma y cuya luz quedan ya en las manos abiertas de todos ustedes, en el jardín oculto que todos cultivamos, a veces sin saberlo, con la tierra y el agua breve de nuestros días. Acojan, si quieren, estas flores que ahora se les brinda en la sala del Museo, guárdenlas en su jardín y dejen que allí vivan y crezcan, son sólo flores, sólo diecisiete flores pequeñas y leves, sólo flores para un jardín de paz.